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SACRIFICIO EUTANÁSICO DE PERROS Y GATOS   

Por Luis Gilpérez Fraile

La actual legislación española apenas dedica un par de líneas a regular los métodos de sacrificio eutanásico para perros y gatos[1]. Esto ocasiona que exista un desconocimiento general sobre el tema y, lo que es peor, que se utilicen procedimientos crueles con la apariencia, e incluso engaño, de ser procedimientos eutanásicos para sacrificar perros y gatos. El presente escrito pretende aclarar todos estos conceptos.

Eutanasia significa muerte suave, sin sufrimiento físico. Una definición más amplia del concepto de eutanasia aplicada a animales la tenemos en el artículo 3.B de la declaración Universal de los Derechos del Animal: "Si es necesaria la muerte de un animal, ésta debe ser instantánea [nosotros diríamos «lo más rápida posible»], indolora y no generadora de angustia".

La legislación aludida, que regula los métodos de sacrificio eutanásico de perros y gatos, es la obsoleta Orden de 14 de junio de 1976 que establece Normas sobre Medidas Higienico-Sanitarias para Perros y Gatos. (Ministerio de Gobernación, BOE de 14 de julio, nº168). En su artículo 9º dice textualmente: "El sacrificio se realizará por procedimientos eutanásicos (barbitúricos, cámara de gas, etc.) prohibiéndose en absoluto el empleo de estricnina u otros venenos y procedimientos que ocasionen la muerte con sufrimiento". Como se ve es un texto de espíritu claro pero de letra vaga, el cual es necesario analizar.


Los barbitúricos

Por barbitúricos se conoce a un amplio grupo de sustancias que provocan efectos sedantes e hipnóticos (y en algunas circunstancias, sensaciones eufóricas). En pequeñas dosis inducen sueño reparador (deprimiendo los centros cerebrales superiores), y en grandes dosis narcosis o inconsciencia profunda (deprimiendo primero los centros cerebrales inferiores, luego los espinales y finalmente los bulbares). Con dosis adecuadas, la inconsciencia desemboca indefectiblemente en coma y muerte Según la opinión de los expertos en la materia (incluidos los asesores científicos de organizaciones animalistas como la WSPAP y el EUROGROUP) este es el mejor método eutanásico de los conocidos hasta el presente. De entre todos los barbitúricos existentes, y son muchos, el más empleado (y recomendado por los citados expertos) como eutanásico en animales es el pentobarbital sódico cuando se trata de utilizar la vía inyectable, y el fenobarbital ácido cuando se utiliza la vía oral. El procedimiento más usual es utilizar la vía inyectable endovenosa, pero algunas circunstancias[2] pueden hacer aconsejable utilizar otras vías. En todo caso es el profesional veterinario el que determinará y aplicará el eutanásico según su mejor criterio, siendo suficiente para el lego saber que es realmente un procedimiento indoloro.


La cámara de gas

Este método, reservado por el alto coste de las instalaciones necesarias a establecimientos muy concretos, requiere de unos procedimientos cuidadosos y relativamente complejos, así como de personal especializado en tales procedimientos, para poder ser considerado eutanásico. Como gases se utilizan el monóxido de carbono, el dióxido de carbono y el cloroformo. Estos gases si, repetimos, se usan según procedimientos cuidadosos, provocan en primer lugar una anestesia profunda y, posteriormente, la muerte indolora. El adecuado manejo de los animales para evitarles situaciones de angustia es esencial. En el Real decreto 54/1995 pueden encontrarse las recomendaciones elementales de los diversos procedimientos.


El etcétera

Bajo el impreciso etcétera de la orden que comentamos, debemos incluir a cualquier otro procedimiento que, excepcionalmente, pueda emplearse para sacrificar a un perro o gato en circunstancias extremas. Pensemos, por ejemplo, en un perro atropellado, mortalmente herido, que sufre dolores intensos y sin posibilidad de una rápida asistencia veterinaria: un disparo preciso e incluso un fuerte golpe en la cabeza es sin duda un procedimiento más compasivo que dejarle agonizar hasta la muerte. Pero repetimos que los procedimientos que no sean eutanásicos en sí mismos deben reservarse exclusivamente para circunstancias excepcionales y extremas.


Los procedimientos mixtos

Algunos profesionales prefieren administrar previamente al animal algún sedante ligero, por vía intramuscular, antes de inyectarles el eutanásico. Este procedimiento procura una imagen de muerte muy suave, lo cual suele agradecerse por parte del propietario cuando éste está presente en el acto clínico. Aunque no encontramos otro fundamento lógico a tal procedimiento (el propio pentobarbital es sedante) tampoco encontramos inconvenientes si lo que posteriormente se les administra es verdaderamente un eutanásico. En realidad se trata de calmarlos para poderles inmovilizar sin violencia y administrarles el eutanásico por vía endovenosa. Pero es importante comprender que las dosis de sedantes que no suprimen la consciencia, tampoco suprimen el dolor. Es decir, que si a un animal sedado pero consciente se le aplica un producto no eutanásico, su muerte tampoco será eutanásica.


Los procedimientos engañosos, prohibidos e inaceptables

Al amparo de lo descrito en "los procedimientos mixtos", algunos ¿profesionales? (y no profesionales) ignorantes o, lo que es peor y más frecuente, desalmados, inyectan en el animal algún tóxico violento una vez que está sedado[3]. Con ello persiguen obtener ahorro económico y de tiempo, pero provocan una muerte no eutanásica ya que, recordemos, la sedación no significa pérdida de consciencia. Otros aplican, o dicen aplicar, el tóxico violento mezclado con el sedante. A causa de la rapidez con la que actúan dichos tóxicos, el animal sufre sus efectos antes de que el sedante pueda surtir los pretendidos aunque falsos efectos, por lo que la muerte provocada es igualmente cruel. Finalmente otros, ante la falta de testigos o suponiendo que los testigos son legos, aplican el tóxico sin más, amparados en la ausencia de síntomas externos que evidencien una muerte violenta. Porque, y en ello se encuentra el quid de gran parte del problema, existen sustancias que, provocando muertes no eutanásicas, actúan sin evidenciar sus efectos con síntomas externos. Y nos estamos refiriendo, por ejemplo, a algunos alcaloides nicotínicos y, sobre todo, a alcaloides, naturales o sintéticos, del curare. Entre estos, por las referencias que tenemos, el más usual es el cloruro de succinil colina, vendido bajo el nombre comercial de ANECTINE.

Esta droga se utiliza con fines terapéuticos para relajar los músculos esqueléticos. A pequeñas dosis puede evitar espasmos musculares y a dosis superiores provoca una relajación tan profunda que es necesario aplicar respiración asistida, pues sin ella la respiración natural cesa (por relajación de los músculos respiratorios) y el paciente muere por asfixia. Lógicamente, quienes la inyectan buscando la muerte del animal no aplican la respiración asistida, y el gato o perro muere en unos minutos asfixiado, sufriendo y sintiendo todas las sensaciones que tan horrorosa muerte produce, pero sin manifestarlo exteriormente, ya que la rápida relajación lo deja absolutamente inmóvil. ¿Y cómo podemos saber que efectivamente esto es así?


Así actúa el curare

Afortunadamente existen numerosos testimonios de científicos que, para estudiar los efectos del curare, fueron capaces de experimentarlo en su propio cuerpo. Quienes deseen profundizar en el tema pueden leer el capítulo 3 de la bibliografía que se cita[4] y los estudios citados en el libro de referencia, pero a continuación reproducimos, en cursiva, algunos de sus párrafos más significativos.

El doctor Frederick Prescott, médico y químico, director de investigación clínica del laboratorio farmacéutico Burroughs Wellcome, comenzó a investigar en 1944 los efectos del curare en seres humanos. Él mismo actuó de cobaya, preparando un minucioso protocolo que le permitiera minimizar los riesgos: "El experimento comenzó con una inyección de diez miligramos de d-tubocurarina en una vena del brazo. Era una dosis pequeña, insuficiente para paralizarle por completo. Pero Prescott recordaba: «Hizo que me sintiera muy débil. Podía mover los brazos y las piernas, pero tenía los músculos faciales y los del cuello paralizados. No podía hablar bien. Sólo alcanzaba a modular palabras sueltas. Veía doble porque los músculos de los ojos estaban débiles. A los quince minutos, el vigor empezó a retornar a la musculatura. La fuerza reapareció en sentido inverso al de la paralización».

Una semana después, elevaban la dosis a veinte miligramos; los resultados fueron sorprendentemente distintos. «En menos de un minuto -explicaba Prescott- vi todo doble. Estaba débil. Al cabo de dos minutos, los músculos que controlan la cara y el cuello, se me paralizaron. No podia hablar. Luego me ocurrió lo mismo con los brazos y las piernas. Con todo, todavía podía respirar, aunque con dificultad. Aún podia toser y tragar.»

Como antes, a los quince minutos, la parálisis había desaparecido. Los músculos recuperaron la fuerza de costumbre en sentido inverso al de paralización. De momento, la experiencia era extraordinaria, pero en modo alguno como para espantarse."

Así las cosas, ya estaban a punto para la tercera fase: una inyección de treinta miligramos, administrada a las dos semanas de la primera «Era una dosis para dejar a cualquiera fuera de combate. A los dos minutos, tenía la musculatura de la cara, el cuello, los brazos y las piernas completamente paralizadas. No podía hablar ni abrir los ojos. Al tercero, se me paralizaron los músculos de la respiración.»

A esas alturas Prescott era incapaz de comunicarse con sus colegas, ocupados en observar las gráficas que iban apareciendo en el tambor rotatorio Le echaban un vistazo cada pocos segundos, pero como no se ponía cianótico, daban por sentado que se hallaba estupendamente. En términos objetivos estaban en lo cierto. Pero no subjetivamente. Habían olvidado el factor más decisivo del protocolo: un medio de comunicación. Las curvas que observaban indicaban que Prescott recibía suficiente oxígeno, aunque su respiración era rápida y poco profunda: veinticinco inspiraciones por minuto, más del doble de las once que le eran habituales.

«No me ponía cianótico, pero tenía la sensación de que me estaba ahogando», recordaba Prescott.

La parálisis de los músculos respiratorios hizo que la respiración fuera aún más superficial. Por entonces, boqueaba aire a un ritmo de cincuenta inspiraciones por minuto. Estaba acumulando demasiado dióxido de carbono y creyó que empezaba a perder el conocimiento Tenía la laringe y la parte posterior de la boca llenas de saliva y mucosidad «Sentía que me ahogaba en mi propia saliva, porque, por entonces, no podia tragar ni toser.»

Los médicos que lo atendían le asistieron la respiración comprimiendo a mano un balón de goma conectado mediante un tubo a su boca. Esta medida le proporcionó oxígeno suficiente. Con todo, continuaba con aquella sensación de ahogo, y no podía hacer nada al respecto: era incapaz de mover un brazo o una pierna, ni tan siquiera un dedo. Estaba echado de cara al techo, pero poco podía ver porque no podía levantar los párpados. Por un momento, sintió pánico. El pulso y la presión sanguínea, que se habían elevado espectacularmente, denotaban ese miedo, pero sus colegas no podían darse cuenta de lo aterrado que estaba. Organe, el anestesiólogo, declaró que había creído que Prescott mantenía el pleno control de la situación en todo momento."

Por supuesto, las dosis empleadas fueron siempre inferiores que las que se utilizan para sacrificar animales. Prescott finalmente consiguió salvar la vida gracias a la respiración asistida, y de paso nos dejó una valiosa información de primera mano sobre los efectos de dosis elevadas de curare: unas espantosas sensaciones de asfixia sin mitigación del dolor: «tenía tiras de esparadrapo adheridas al pecho y las piernas. Cuando me las arrancaron, me produjeron un dolor considerable.»

Ignorando estas experiencias, casi al mismo tiempo pero en Salt Lake, el Dr. Scott M. Smith, farmacéutico y anestesiólogo, quiso investigar si el curare era capaz de suprimir el dolor durante las operaciones. También este científico experimentó en sí mismo: preparó un cuidadoso protocolo e hizo que le inyectaran curare: "A los quince minutos de iniciado el experimento, cuando había recibido la totalidad de las primeras doscientas unidades, Smith todavía podía comprender las preguntas que le hacían, y responder adecuadamente mediante señas; también podía mover un poco los pies y las manos. Dos minutos después los médicos le c!avaban alfileres en la piel, alfileres que sentía y harto aguzados. Smith acababa de descubrir lo que Prescott ya sabía: el curare no mitiga el dolor. En ese momento empezó a recibir otras doscientas unidades. Una vez más, los médicos comprobaron el efecto anestésico del curare, pinchándole con un alfiler o pellizcándole con unas pinzas. Las comprobaciones resultaron dolorosas. Pero, según quedaba paralizado, desaparecieron las muecas y los brincos de dolor como respuesta. Smith ya había averiguado que el curare no mata el dolor ni altera el estado de consciencia". Posteriormente, gracias al testimonio de pacientes que habían pasado por su quirófano o el de sus colegas, Smith también pudo comprobar que, incluso administrando curare con anestésicos, si estos no provocaban el estado de inconsciencia los pacientes recordaban lo acontecido durante la operación.

Como resumen de todo lo anterior es suficiente que nos quede claro un concepto: si a un perro o gato se le administra ANECTINE o similares, padecerá todas las terribles sensaciones de una muerte por asfixia, incluso si previamente ha sido sedado, o anestesiado sin alcanzar el estado de inconsciencia.

[1] El sacrificio de los animales para la obtención de carnes, pieles u otros productos, así como en caso de lucha contra epizootias, cuenta con un desarrollo mucho más amplio en el Real decreto 54/1995. Los métodos de sacrifico para otros animales o en otras circunstancias no están regulados aún.

[2] Utilizar la vía endovenosa requiere la inmovilidad del animal, lo cual no siempre es posible sin un previo manejo violento para inmovilizarlo. Las inyecciones cardiacas o pericardiacas, o incluso intratoráxicas, son aceptables en animales de difícil manejo, pero pueden resultar desagradables para los legos. La inyección intramuscular es más fácil de aplicar, pero de efectos mucho más lentos. La vía oral es la más suave, pero muy lenta aunque exenta de sufrimiento, y requiere que el animal tenga apetito, lo cual no es frecuente en animales enfermos o gravemente heridos. Para cachorros, el procedimiento más suave y rápido es la administración oral de pentobarbital sódico, pero no puede utilizarse en ejemplares adultos porque detectan y rechazan su amargo sabor.

[3] Este procedimiento podría ser aceptable si la sedación fuera tan profunda que suprimiera la consciencia, Pero si la dosis mortal segura es apenas superior a la que provoca la inconsciencia ¿por qué no inyectarla desde el primer momento?

[4] Dr. Lawrence K. Altman, ¿Quién va primero? (Barcelona, editorial: Labor, 1990), 332pp.

Esta obra está bajo una licencia Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/

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