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La Astuta Ardilla

archivado en:
Cuento de Montserrat Martínez Vila

LA ASTUTA ARDILLA

 

(Hummm… que buenos están estos piñones… hummm…están riquísimos) se decía para sí la ardilla mientras comía (Lástima que cada vez hay menos. Entre los fuegos forestales, las talas de árboles y la sequía, cada día tengo más trabajo para encontrar pinos piñoneros. Eso sin contar el peligro que corro escapando de perros y gatos que no me dejan acercar a los árboles que hay en sus casas. Ya me gustaría a mí verlos a ellos buscando comida… domésticos... bueno… que le vamos a hacer… las cosas están así y no las puedo cambiar.)

 

Mientras pensaba, la ardilla continuó haciendo su recorrido en busca de su rico manjar. Cuando hubo comido lo suficiente marchó hacía su cueva arborícola, y… sorpresa, la encontró ocupada por un lirón gris.

 

¡Ah, no. Ni pensarlo…! Dijo furiosa la ardilla ¡Esta es mi casa y no pienso mudarme a otro lugar. Ya tengo bastantes problemas, sólo me faltabas tú. Fuera de mi casa y ahora mismo!

 

¡No sabía que estaba ocupada…! Aseguró el lirón en tono cansado ¡Cuando he llegado no había nadie y por eso me he quedado!

 

¡Pues ahora ya sabes que sí está ocupada…! Replicó la ardilla ¡Fuera de aquí!

 

Entonces el roedor explicó ¡Estaba tranquilo en mi guarida cuando escuché unos ruidos muy fuertes, al asomarme, vi a unos hombres subidos a unas máquinas muy grandes que tiraban árboles y arrasaban con toda la vegetación. Estoy vivo por poco. No te imaginas la de cosas que he tenido que hacer para escapar de allí. Estoy agotado!

 

¡Seguramente harán casas nuevas, siempre que hacen casas lo destruyen todo…! Dijo la ardilla, y continuó ¡Yo también he tenido que salir corriendo en varias ocasiones… bueno…dejo que te quedes hasta que hayas descansado pero después te vas! ¿De acuerdo?

 

¡De acuerdo! Respondió él.

 

Los dos roedores se arreglaron bien dentro del hueco del árbol. Cuando el lirón decidió marchar, la ardilla le dijo ¡Te he hecho un favor, si alguna vez te necesito recuerda que me debes uno!

 

¡Interesada! Exclamó molesto él mientras marchaba.

 

¡Las cosas no están para no ser interesada! Agregó ella, y para sí pensó (Encima me llama interesada…hay que ver…si otro día me necesita, me gustará ver lo que entonces me dice ese micromamífero.)

 

Al día siguiente, mientras la ardilla iba buscando comida, se encontró con un perro que no la dejaba bajar de los árboles para trasladarse a otro sitio. El canino ladraba y corría desesperadamente, ella, viendo que le era imposible bajar decidió cuadrarse ante él ¿Por qué no me dejas bajar?

 

¡Porque estás en mi casa y aquí no te quiero! Respondió de muy malas pulgas el perro.

 

¿Tu casa? Preguntó con retintín la ardilla ¡Esta parcela ya formaba parte de mi territorio mucho antes de que tú vinieras…! Y continuó ¡Todo esto era un bosque antes de ser una urbanización. Estaba lleno de pinos. Cuando hicieron las casas cortaron muchísimos árboles, les daba igual que tuvieran frutos o no, arrasaron con todo. El caso es que tengo que buscarme la comida donde sea, y tú no tienes ningún derecho a impedirme que la coja!

 

¡Si que tengo derecho…! Manifestó el can ¡Dejas a mis amos sin cerezas y sin piñones y además ensucias el suelo dejándolo lleno de cáscaras!

 

¡Tus amos tienen muchas cosas para comer, ellos no tienen que pasarse el día recorriendo el bosque para encontrar comida como tengo que hacer yo! Aseguró la ardilla, y con mucha decisión preguntó ¡Bueno…! ¿Me dejas bajar o tengo que tomar una solución drástica?

 

¿A qué te refieres? Preguntó el perro.

 

Entonces, la ardilla cogió una piña sin piñones y la tiró al suelo con toda su fuerza. El perro tuvo que dar un salto para que el fruto no le diera en la cabeza, y ella prosiguió diciendo con firmeza ¡En esta ocasión no te he dado pero la próxima dará en la diana. Si tengo que bombardearte con piñas, lo haré! ¿Me dejas bajar o qué?

 

El canino, que era más bonachón que protector de la casa, y viendo lo decidida que era la roedora siendo tan pequeña, le contestó ¡Te dejo con una condición!

 

¿Qué condición? Preguntó ella.

 

¡Dejaré que pases por aquí si no te comes nuestros frutos! Contestó él.

 

¡No hay trato! Respondió con astucia la ardilla al ver que él empezaba a ceder.

 

¡Bueno…! Siguió diciendo el perro ¡Te dejo pasar si lo haces cuando yo estoy distraído con otras cosas!

 

¡Y si me ves! ¿Qué harás entonces? Preguntó la roedora.

 

¡Haré que no te veo! Dijo él en tono resignado.

 

¿Palabra? Preguntó ella.

 

¡Palabra! Respondió el can.

 

A partir de entonces, la ardilla pudo pasar tranquilamente y comer los frutos que había en los árboles de aquella casa. Los amos de la misma disfrutaban viéndola subir y bajar por el arbolado del terreno.

 

¡Teresa…! Gritó el amo ¡Mira, la ardilla está bajando por el cerezo y se dirige hacía el césped!

 

¡Que bonita! Dijo el ama.

 

Los dos se quedaban embelesados mirando al animal, no les importaba que comiera cerezas. Y para Teresa tampoco era un problema el tener que barrer las cáscaras de los piñones que dejaba la roedora.

 

Una tarde, mientras la ardilla recorría su territorio, se encontró con un tembloroso gato callejero subido a un pino.

 

¿Qué te pasa? Le preguntó al felino.

 

¡Haaay uuun pe perro queee vaaa detrás míooo! Respondió tartamudeando de miedo el gato.

 

¡Entre que tienen que proteger la casa, que no tienen que buscarse la comida y que están supermimados por sus amos, los domésticos son terribles! Afirmó la ardilla, y prosiguió ¡Yo también tengo problemas con ellos pero he aprendido a no dejarme avasallar porque si no estamos apañados! ¿Llevas mucho rato aquí arriba? Preguntó la roedora.

 

¡Lleeevooo hoooraaas! Contestó él.

 

¿Horas…? ¿Y hasta cuando piensas estar aquí? Preguntó ella sorprendida.

 

¡Haaastaaa que aaanocheeezca y el peeerro se vaaaya aaa dooormir! Siguió diciendo temblando el gato.

 

¡Eres mucho más grande que yo! ¿Y te vas a dejar dominar por un perro? Preguntó con atrevimiento la ardilla.

 

¡Eees muuuy grandeee! Afirmó el felino.

 

¡Ya veo que tengo que echarte una mano…! Dijo ella con resignación, y prosiguió ¡Voy a intentar despistarlo para que me vaya detrás y tú aprovechas para bajar y huir! ¿De acuerdo?

 

¡Deee aaacuerdooo! Respondió el gato.

 

Entonces, la ardilla se dirigió hacía donde estaba el perro y haciendo caer una piña llamó su atención. El canino, al verla, empezó a ladrar con desesperación y a correr por todo el terreno detrás de ella. La valiente y lista roedora, saltando de pino en pino logró distraer al perro y así el temeroso gato pudo escapar de aquella situación.

 

Una noche, la ardilla vio una estrella fugaz y con admiración pensó (Oooh…que bonita… no sabía que las estrellas volaban… cuantas maravillas nos ofrece la naturaleza) sorprendida siguió observando el cielo sin darse cuenta que cerca de ella había un búho que la estaba mirando.

 

¡Haces cara de felicidad! Le dijo el ave.

 

¡No es para menos…! Contestó la roedora ¡Es la primera vez que veo una estrella que vuela!

 

¡No es una estrella…! Afirmó el búho ¡Lo que has visto es un cuerpo celeste que al entrar en la atmósfera arde y brilla pareciendo una estrella! Y agregó ¡Aunque la explicación es menos romántica, estos fenómenos siguen siendo igualmente bellos! ¿No te parece?

 

¡Sí, ha sido muy bonito! Contestó ella ¿Lo volveré a ver otro día? Preguntó.

 

¡Si te gusta mirar el firmamento podrás ver estrellas fugaces (que es así como las llaman los humanos) en muchísimas ocasiones…! Respondió el ave ¡Cada año, en las mismas fechas suele haber lluvias de estrellas. Durante esas noches, hay humanos que se trasladan a lugares donde las puedan observar bien. Es un bello espectáculo de ver!

 

La ardilla se quedó pensando durante unos instantes y prosiguió ¡Das la sensación de saber muchas cosas!

 

¡Con el tiempo todos vamos aprendiendo…! Afirmó el búho, y agregó ¡Pero por suerte o desgracia nunca lo llegamos a saber todo. Tú eres muy joven y tienes muchas cosas que aprender!

 

Entonces, la roedora manifestó ¡Me gustaría aprender mucho y llegar a ser, muy sabia, muy sabia, pero como tengo que pasar mucho tiempo buscando comida, no sé si lo conseguiré!

 

El ave sonrió para sí y declaró ¡Además de conocimiento, también tenemos que manifestar prudencia en nuestra conducta. La unión de ambas cosas es lo que nos hace sabios!

 

¡Ahora entiendo porque hay tan pocos…esto debe ser muy difícil! Concluyó la ardilla.

 

¡No, si aprendes de tus aciertos y errores! Aseguró el búho.

 

Los dos continuaron hablando hasta que de pronto, ella gritó con alegría ¡Otra estrella fugaz, he visto otra estrella fugaz! Y en tono más pausado añadió ¡Qué bonito es todo lo que nos rodea, el cielo, los ríos, los mares, las flores… lástima que los humanos nos lo están estropeando!

 

¡Sí, es una lástima! Corroboró el ave con una cierta tristeza, y siguió ¡Es curioso que ellos se tengan por animales pensantes y a nosotros nos tengan por irracionales, cuando son ellos los que están destruyendo el planeta. Aunque yo vivo con la confianza, de que algún día… algún día todo cambiará para bien. Y mientras llega ese tiempo, tú sigue con los ojos bien abiertos, disfrutando de la gran cantidad de belleza que nos envuelve y observándolo todo, y verás como poco a poco, el conocimiento que vayas adquiriendo y la prudencia, te convertirán en una ardilla sabia…!

 

Y Ahí está la roedora, en el camino del aprendizaje, tratando de distinguir lo que es bueno para seguirlo, y lo malo, para huir de ello.

 

 

 

Autor: Montserrat Martínez Vila

Fecha: 2010-07-14

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